miércoles, septiembre 29, 2010

montauk

El día en que sucedió fue una tarde de julio.
Pero el día en que le estaba narrando a mi amiga lo triste que había sido para mí haber recorrido el viaje entero hasta el pueblo de Montauk en Nueva York, a más de dos horas en tren de la estación Pennsylvania en el centro de Manhattan; fue una noche de septiembre.
Para llegar hasta ese lugar, se debe tomar un tren a Long Island y hacer un intercambio en la estación Jamaica.
En aquella tarde de verano que le narraba a mi amiga, mi única intención era la de enlazar las imágenes que tenía del filme de Michel Gondry con el sitio real donde toda la trama se desenvuelve.
El lugar en realidad estaba lleno de vida, de familias jugando con sus hijos en la playa, de amigos reunidos bebiendo cervezas y sentados encima de un típico mantel a cuadros, mirando hacia el mar.
No lograba transmitirle la tristeza que por muy inexplicable que fuera, yo sentía en ese momento.

Si bien es cierto que la gente, las cervezas, las risas, el sol de verano en Nueva York, eran todos ellos propicios para la felicidad, yo no lograba extraer de mi mente a Joel y Clementine, a su historia de amor, al profundo dolor que me causaron ambos en su azarosa odisea por encontrarse, por olvidarse, por reencontrarse nuevamente.
Aquella tarde veraniega era una sublime mezcla de dulzura y tristeza que invadía mi ser. No logré otra cosa que tomar mi Moleskine y apuntar todo el suceso, haciendo más las veces de un narrador que de un poeta.

Terminé la conversación con mi amiga y a pesar de que el viaje a Nueva York ya había pasado hacía un mes, todavía lograba sentir una cosquilla dentro de mí.

Nunca supe lo que era y lo único que reparaba era en regresar a casa y hablar con aquella persona, con aquella hermosa mujer que había robado mi atención justo un par de días posteriores a mi regreso de la 'Ciudad que nunca Duerme'.
Quería transmitirle mi pesadez inexplicable; quería compartirle ese fragmento de mi vida.
Quería que ella viera a través de mis ojos, el reflejo de la gente sentada dentro del vagón de tren que me llevó de vuelta a la Estación Penn, el sitio donde me senté a beber un trago y esbozar un bosquejo de historia mientras veía y me ilusionaba con la vida neoyorkina.
Deseaba transmitirle ese sabor agridulce que tenía en la boca.
Sabía perfectamente el amor que ella tiene por la Nueva Ámsterdam y mis ganas no podían más que transmitirle esta anécdota.

Intenté localizarla por distintos medios.
Me encontré con la sorpresa de que en ninguna de las redes sociales que ambos frecuentábamos la logré encontrar.
Mis mensajes no fueron respondidos. Así tampoco lo fueron mis llamadas.
Intempestivamente atiné a contactar a la persona que nos había puesto juntos en el camino.

Mayúscula fue mi sorpresa, cuando al hablar con quien nos enlazó, ella no pudo afirmar que en algún momento nos haya unido. No pudo si quiera confirmar la existencia de esta dulce persona, de este pequeño ser de luz que cada vez menos existía en la realidad y cada vez más dibujé yo en mi cabeza.


How happy is the blameless vestal's lot!
The world forgetting, by the world forgot.
Eternal sunshine of the spotless mind!
Each pray'r accepted, and each wish resign'd;
Labour and rest, that equal periods keep;
"Obedient slumbers that can wake and weep;"
Desires compos'd, affections ever ev'n,
Tears that delight, and sighs that waft to Heav'n.

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